En 1995, el viernes no comenzaba con el reloj, sino con la expectativa. La tienda de alquiler frente a la estación de servicio Valles, en la calle Comercio, su nombre era Eureka, propiedad de Pedro Santana. Era más que un local: era un santuario de historias. Allí, entre estantes de carátulas gastadas y cintas rebobinadas, se decidía el destino emocional del fin de semana.
La negociación con mi esposa era parte del rito: ¿acción, comedia, drama? Pero había una certeza inquebrantable—una película infantil para nuestra hija, que convertía la noche en un espacio compartido, familiar, y profundamente humano.I. Cine en
casa, sabor de hogar
La selección
hecha, la cuenta pagada, y el papelito que dictaba: “Devolver el lunes.” A
veces cumplíamos. A veces, la vida se interponía y la multa llegaba como un
recordatorio de que el tiempo también tiene precio.
Pero ese
viernes, como tantos otros, se encendía la magia: cotufas crujientes, perros
calientes improvisados, y una Coca-Cola bien fría. El televisor se convertía en
pantalla grande, el sofá en butaca preferencial, y el hogar en sala de cine.
El rebobinador de películas era un artefacto esencial en nuestra sala de cine casera. No solo cumplía la regla de oro de devolver las cintas rebobinadas, sino que también era un guardián del preciado cabezal del VHS.
Recuerdo perfectamente el nuestro: un Porsche rojo Ferrari que, al rebobinar, imitaba el rugido de un motor acelerando. Ese sonido, mitad cinta, mitad coche de carreras, aún resuena con claridad en mi memoriaII. Los títulos que marcaron época
Mortal Kombat
nos llevó a una isla mística donde el destino de la Tierra se jugaba a golpes. Fue
una adaptación audaz del videojuego, con secuencias de artes marciales que,
aunque suavizadas, encendieron el espíritu de combate.
Ace Ventura:Operación África trajo de vuelta al detective de mascotas más excéntrico.
Jim Carrey, en su apogeo, nos hizo reír con su fobia a los murciélagos y su
irreverencia en medio de la selva africana.
Casino, de
Martin Scorsese, fue un descenso elegante y brutal al corazón de Las Vegas.
Robert De Niro y Sharon Stone tejieron una historia de poder,
traición y decadencia, donde el brillo del dinero ocultaba la sombra de la
mafia.
Toy Story,
la joya de Pixar, cambió para siempre el cine animado. Woody y Buzz Lightyear
no eran solo juguetes: eran símbolos de amistad, celos, crecimiento y
aceptación. Su estreno fue un hito técnico y emocional.
Hoy, esa noche
de viernes de 1995 vive en mí como una cinta rebobinada. No por nostalgia
vacía, sino porque fue un acto de comunión: con mi familia, con el cine, con la
vida misma. Cada título, cada bocado, cada risa compartida fue una escena que
aún se proyecta en mi memoria.
Y aunque los VHS se hayan ido, el ritual permanece. Porque el verdadero cine no está en la pantalla, sino en el corazón que lo recibe.
Solo con la historia narrada de un pueblo, se conseguirá la fama de sus pobladores.
PD: Dedico esta reseña a mi amigo Félix Álvarez, mi mecánico de confianza para mi Hyundai Tucson. La vida le sonrió al encontrar a su esposa, Neida Gómez, en la tienda Eureka, donde empezó la historia de su hermoso hogar.
Marcos Cañas: Yo regalé antes de venirme a España más de treinta cintas de VHS a un amigo que tenía su aparato y el mío dejó de funcionar porque nadie lo quería reparar, sólo era cambiarle la liga.
ResponderEliminarMe divertía con eso, grababa los conciertos que pasaban en Directv.
Las grabaciones eran conciertos.
Ing. Alfredo Loyo: Por allá en los inicios de los 90's, que tiempos estrenando Tv, vhs y acondicionado espacios para ver enlatados propia de la busqueda en eureka, la felicidad extrema y no sabíamos
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