Recuerdo en mi niñez el grupo de amigos de la vereda 19 de la Unidad Vecinal en San Cristóbal del estado Táchira, el grupo conformado por los hermanos morales (Maracuchos) , Wilmer Pérez Rincón de la vereda 17, y Domingo Salcedo Prato el de la casa contigua a la nuestra. Y este servidor. Amigos en la vibrante década de los 80. Eran tiempos de inocencia, risas y aventuras en las calles recién asfaltadas de la ciudad de San Cristóbal. Recuerdo tener mirada curiosa y cabello alborotado en amarillo intenso. Mi pasión eran los patines, esos compañeros de cuatro ruedas que nos llevaban a explorar el mundo con la velocidad del viento.
Al principio patinaba con unos viejos patines de hierro marca UNIÓN seguramente heredados de mi hermano mayor. Eran pesados y ruidosos, pero yo los amaba. Cada tarde, después de la escuela, me unía a mis amigos y nos íbamos hacia la plaza frente a la iglesia, El DivinoRedentor. Allí, bajo la sombra de los árboles, todos se deslizaban, giraban y reían sin preocupaciones. Las risas resonaban en el aire, y el sol se ocultaba detrás de la torre del campanario de la iglesia mientras seguíamos patinando.
Patines Unión
Con el tiempo, los patines de hierro dieron paso a unos más modernos: patines de goma marca SEICO. Eran más ligeros y suaves, recuerdo que eran de color azul, y venían con la última innovación: traían tacos de freno. Uno se sentía como si flotara sobre el asfalto.
Patines Seiko
Luego entrados los años 80 vinieron los paseos en patineta, la marca era MAKAHA de Estados Unidos. Los paseos ahora se hacían más largos, se extendieron desde la unidad vecinal hasta el barrio Las Flores. Las calles se convertían en su lienzo, y trazábamos líneas imaginarias con sus ruedas. Siempre nos aventurábamos cuesta abajo, aprovechando la inclinación del parque metropolitano (Fundado en 1979). Al margen de la avenida 19 de Abril. El viento silbaba en los oídos mientras descendíamos desde la entrada frente a la policlínica Táchira, hasta el final del parque, donde el área de estacionamiento se convertía en nuestra zona de aterrizaje.
Parque Metropolitano
Con los amigos compartíamos secretos, sueños y muchas caídas. Nos apoyábamos mutuamente cuando las rodillas se raspaban o los corazones se rompían. La amistad era el motor, y los patines nuestra libertad. A veces, nos quedábamos hasta tarde, mirando las estrellas y preguntándonos qué nos depararía el futuro. ¿Seguiríamos patinando juntos cuando fuéramos adultos? ¿O el tiempo nos separaría como hojas llevadas por el viento?
Los años pasaron, y ya todos crecimos. Los patines de goma se guardaron en un rincón de la casa materna, y la patineta MAKAHA se convirtió en un recuerdo. Pero la amistad perduró. Aunque cada uno tomó caminos diferentes, nos hemos encontrado en las reuniones de antiguos compañeros de la escuela. Las risas vuelven, y los ojos siempre brillan al recordar las patinatas decembrinas y las aventuras en el parque metropolitano.
Patineta Makaha
En aquel rincón de la memoria, les puedo asegurar que aún patino con mis amigos, los vecinos. Las ruedas giran, el viento acaricia mi rostro y la risa se mezcla con el eco de los recuerdos. Porque, al final, la verdadera aventura no estaba en los patines ni en la patineta, sino en la amistad que nos unía a través del tiempo.
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