Estudié en el
liceo Ciclo diversificado Pedro María Morantes, entre los años de 1983 y 1984, una institución ubicada a solo una
cuadra de la Plaza Miranda, fundado el 22 de octubre de 1960. En el sector La Concordia de la hermosa ciudad de
San Cristóbal, donde desde la unidad vecinal me desplazaba diariamente en el autobus por puesto. Hoy, con la mirada puesta en el panteón de los ilustres del
Táchira, me permito compartir algunas pinceladas de la vida de este insigne
venezolano, Pedro María Morantes.
Pedro María
Morantes nació el 23 de febrero de 1862 en La Sabana, hoy La Concordia, en el
estado Táchira. El infortunio lo acompañó desde su niñez al quedar huérfano. La
tragedia lo marcó nuevamente en su juventud: la explosión de un fuego
artificial le arrebató un ojo y, con él, parte de su inocencia. Su vida
sentimental no fue menos dolorosa. Amó a Matilde Alvarado Galaviz, hija del
general Francisco Alvarado, entonces presidente del estado Táchira. Sin
embargo, su amor fue negado por las circunstancias, y ella se transformó en una
presencia fantasmal que lo persiguió en la memoria.
En 1886, partió
a Mérida para cursar bachillerato y estudiar Derecho en la Universidad de los
Andes, costeándose sus estudios trabajando como portero de la universidad. Un
año después, en 1887, se trasladó a Caracas, donde culminó su carrera en la Universidad Central de Venezuela..
Como era
costumbre, fue el orador de orden del acto de graduación. En un discurso que conmovió a los presentes,
Pedro María Morantes expuso los esfuerzos y sacrificios que tuvo que realizar
para culminar sus estudios. A continuación, cito un fragmento de ese emotivo
discurso:
“… Es el término
de una lucha que me cuesta sacrificios que nadie conoce, sufrimientos cuyas
amarguras he saboreado yo sólo, y lágrimas que han rodado silenciosas como mi
vida. Al rendirme el desaliento y el cansancio, pocas, muy pocas veces sentí
una mano amiga que me sostuviera o una voz cariñosa que me confortara y, si
alguna vez en momentos de suprema angustia toqué las puertas del poderoso,
pronto la vergüenza me dio fuerza para continuar mi camino, y hoy llego al
término de mi viaje sin que mis manos jamás abandonaran los libros del
estudiante para mecer el incensario del cortesano…”.
Años más tarde,
se desempeñó como director del Colegio Federal de Varones de San Cristóbal y
fue un precursor del renombrado Liceo Simón Bolívar.
Como funcionario
del gobierno nacional, Morantes fue testigo de la farsa de los “felicitadores”,
aquellos aduladores que vendían su dignidad por favores ante la presencia del
presidente Cipriano Castro. Se desempeñó como juez de Primera Instancia en lo Civil
del Distrito Federal en Caracas, lo que le permitió conocer las intimidades
palaciegas del régimen y reunir una buena cantidad de anécdotas en las que la
adulancia y la corrupción eran las protagonistas.
Bajo el
seudónimo de Pío Gil, Morantes comenzó a escribir con furia y lucidez en
los periódicos caraqueños La Opinión Nacional y La Tribuna Liberal.
En estos medios, denunciaba la corrupción que carcomía el alma de la república.
Viajó de manera circunstancial con Cipriano Castro en el vapor Guadalupe
a fines de 1908, rumbo a Europa, donde se desempeñó como cónsul en Ámsterdam.
Desde allí, difundió libelos llenos de críticas furtivas hacia el poder
omnímodo del inquilino de Miraflores.
Cuando el
gobierno de Juan Vicente Gómez se enteró de la verdadera identidad de “Pío
Gil”, Morantes fue destituido. Su pluma lo condenó al exilio. La Primera Guerra Mundial lo atrapó en Europa a partir de 1914. En sus últimos escritos,
reflexionó acerca de las razones y consecuencias de esa matanza. A pesar de la
buena acogida de sus obras, en particular de su novela El Cabito, gran
parte de su trabajo permaneció inédito durante muchos años.
Pío Gil también
publicó otras diatribas políticas famosas, como Los Felicitadores, Cuatroaños de mi cartera, El Capitán Tricófero, los Panfletos amarillo,
azul y rojo, Diario íntimo y el poema Lira Anárquica. Murió
el 22 de diciembre de 1918 en París, lejos de su amada Venezuela. Sin embargo,
su palabra, como un canto de resistencia, sigue viva.
A los
"morantinos", nos deja un mensaje de vida, de lucha incansable ante
la adversidad, el infortunio y los contratiempos. Hoy, a más de un siglo de su
muerte, su mensaje sigue vigente: el éxito se alcanza sin comprometer los
principios o ceder al poder.
Solo con la historia narrada de un pueblo, se conseguirá la fama de sus pobladores.
PD: Para
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enlace:
https://eldienteroto.org/wp49/wp-content/uploads/2024/01/Pio-Gil-El-Cabito.pdf
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