En un rincón encantado de la imaginación de los niños, habitaba un mundo lleno de maravillas y sueños. Este lugar mágico, con cielos púrpuras y ríos de caramelo, cobraba vida de manera esperada, todos los domingos. Al amanecer, encendía la tv, y allí estaban los cuentos e historias de fabulas y leyendas, llamado el Mágico mundo de Walt Disney.
Recuerdo, que, por el año de
1972, cuando no llegábamos a los diez años. Veíamos a un señor elegantemente
vestido de fino traje y pañuelo blanco que nos invitaba a conocer un parque de
diversiones llamado Walt Disney World.
Las aventuras eran interminables:
había dragones amistosos, puentes de arcoíris y barcos piratas timoneado por un
pequeño ratón llamado Mickey.
En este lugar, los deseos se
cumplían y la alegría era perenne y contagiosa. Los habitantes del mundo de
fantasía enseñaban a los niños lecciones sobre el valor, la amistad, la
familia, la responsabilidad y la importancia de soñar en grande. Así, lo que antes
era solo una visión en sus mentes, se convirtió en una realidad tangible y
eterna.
Ese señor se llamaba Walt Disney. Quién
con su fino bigote y traje elegante, nos invitaba a conocer las cuatro tierras,
del mundo de Disney: La tierra del futuro, la tierra de la fantasía, la tierra
de la aventura y la tierra de la frontera del oeste.
En aquella imagen del televisor,
se invitaba a conocer el castillo de la Cenicienta, a montar en un ferrocarril
del viejo oeste o de navegar por un río caudaloso e incluso montar en una nave
espacial. Era un lugar lleno de carruseles y de montañas rusas. Y al final, se
veía a un padre con su hija, abrir los brazos en un subibaja con la figura del
pequeño elefante llamado Dumbo.
Con el
nacimiento de nuestra hija, nació también una nueva tradición: la de
coleccionar las películas de Disney en formato VHS. Títulos como Pinocho, El
Rey León, La Cenicienta, La Bella y la Bestia, Aladdín y Mulan se
convirtieron en tesoros. En cada viaje a Caracas, visitábamos la juguetería
Botón de Oro, cerca de la Plaza Bolívar, o las tiendas Beco en Chacaíto para
encontrar la próxima cinta. Verlas una y otra vez nos permitía compartir
momentos de felicidad inolvidables con nuestra hija.
No puedo dejar de recordar aquel año de 1998, cuando en nuestra visita al parque me detuve enfrente de uno de los asientos en forma de Dumbo, con mi hija María Gabriela de apenas 5 años. Las lágrimas inundaron mis ojos. Mi hija jamás entendió, porque su papá, en vez de reír lloraba. Y le dije: Mami, lloro de felicidad, de felicidad de estar acá contigo, en el lugar más feliz del mundo.
Visitar el Walt Disney World resort no
es solo un viaje a un parque de atracciones, sino un recordatorio mágico de que
la imaginación es el puente entre los sueños y la realidad. En ese lugar, donde
lo imposible cobra vida, entendí que nunca debemos subestimar su poder: porque
cuando creemos con el corazón, hasta las fantasías más descabelladas pueden
volverse tangibles, aunque sea por un instante.
Disney me enseñó
que la imaginación no tiene límites, y que cuando dejamos volar nuestros
sueños, lo extraordinario se hace real, aunque sea por un día. Y fue asi, que conocimos el lugar más mágico de la tierra.
Leopoldo Aguerrevere: He estado en los parques de Disney en Orlando en varias oportunidades con los hijos y con nietos.
ResponderEliminarSiempre recordaré el comportamiento de las personas de múltiples nacionalidades todo disfrutando ; ninguna basura en el suelo; volumen de música baja con la excepción del rainforest restaurante. Todo los espectáculos en cada uno de los parques maravillosos .