Permítanme transportarlos a 1986. No a un aula cualquiera, sino a un teatro de ideas, donde la tiza no escribía solo números, sino destinos. Imaginen a un hombre, el profesor Miguel Arturo Chacón, entrando a impartir Estadística I en la UNET. No vestía, desfilaba. Su traje, sobrio y perfecto, parecía una lección de rigor antes de que abriera la boca. Pero no era su elegancia lo que nos paralizaba; era su voz, un trueno calmado que estaba a punto de aniquilar la regla de oro de todo estudiante.
Ese día, la
tensión en el aula era palpable. Estábamos listos para el primer examen
parcial, con los estómagos revueltos por el miedo a las fórmulas. El profesor
Chacón se paró frente a nosotros, cruzó las manos y pronunció unas palabras que
cambiaron para siempre mi concepto de lo que significaba la educación.
"Señores," dijo con una sonrisa apenas perceptible, "para este examen, la regla es simple: tienen permiso de traer absolutamente todo."
La incredulidad
inundó el aula. "¿Todo?", preguntó alguien.
"Todo," asintió el profesor. "Apuntes, libros, la calculadora más sofisticada... Incluso," y aquí la bomba, "si su hermano es ingeniero y sabe de estadística, tráiganselo y siéntelo a su lado para que les ayude a resolver la prueba. ¿Por qué? Porque así será en la vida. En el mundo profesional, el reto no es memorizar, sino saber buscar la solución, saber consultar el libro adecuado, saber rodearse del experto necesario."
Sentí cómo un
peso se desvanecía, reemplazado por una euforia repentina. ¡Era el examen más
fácil de la historia! Ya visualizaba al genio de mi hermano resolviendo los
ejercicios.
Pero entonces,
el profesor Chacón alzó un dedo, y su tono se volvió una advertencia fría y
cristalina, la verdadera prueba de fuego:
"Ahora, la
única regla inquebrantable, la línea que no deben cruzar, es esta: No se
copien. No se apoyen en otro para resolver lo que les corresponde a
ustedes. Cada uno de ustedes debe aprender a resolver sus propios problemas.
No conviertan el acto de copiarse en una muleta para caminar por la vida."
El ambiente se
congeló. La libertad de consultar se encontró de golpe con la barrera de la responsabilidad
individual. El desafío ya no era la Estadística, sino el coraje personal.
¿Usaríamos la ayuda externa como una herramienta para el ingenio (lo permitido)
o como un disfraz para la pereza (lo prohibido)? ¿Seríamos gestores de la
información o simples ladrones de la respuesta ajena?
Esa mañana, me
senté solo. Mi mano temblaba mientras hojeaba el libro, buscando el concepto
exacto. Podría haber copiado la respuesta de mi vecino, que trabajaba con una
intensidad febril, pero la voz del profesor Chacón resonaba más fuerte que el
miedo al fracaso. "Cada quien debe aprender a resolver sus propios
problemas."
Me di cuenta de que él no estaba evaluando cuánto sabíamos de X² o Σ. Estaba evaluando nuestra iniciativa, nuestra creatividad para enfrentar lo desconocido y, sobre todo, nuestra autenticidad.
Tomé mis propias decisiones, resolví los problemas con mis propias herramientas y con los conceptos que pude encontrar y comprender. El resultado del examen fue secundario. Lo importante fue que al levantarme, sentí que la nota era mía, producto de mi esfuerzo y mi búsqueda.
Ese simple acto
de evaluación me enseñó que la vida, como proyecto, exige ser asumida con
coraje personal. Habrá errores, habrá aciertos, pero la iniciativa
individual no es un lujo; es el único combustible para avanzar. Solo así,
con la valentía de ser auténticos en nuestras decisiones, podemos construir
algo que realmente nos pertenezca.
La gran lección
del profesor Chacón no se encuentra en las aulas ni en las fórmulas, sino en la
diferencia crucial entre buscar ayuda (ser ingeniosos) y buscar la copia
(ser dependientes).
La verdadera inteligencia reside en la iniciativa individual y la responsabilidad personal. El mundo te dará todas las herramientas y expertos que necesites para resolver tus retos (los libros, la tecnología, la gente), pero si usas el talento ajeno como una muleta en lugar de como una palanca, nunca caminarás con la dignidad de quien construye su propio destino. Tu vida, tus errores, tus éxitos: haz que sean solo tuyos.
P.D.: Al momento de finalizar esta crónica, se cumplen cinco años (14 de diciembre de 2025) desde que el profesor Miguel Arturo Chacón trascendió al plano espiritual. Que esta humilde reseña sirva como un sentido homenaje a su legado y como una oración sincera por el descanso eterno de su alma.




Brolmann Paulus : Buena y agradable lectura Robny, historias que hay que contar
ResponderEliminarLuis Hernández Contreras: Gracias Don Robny, por tan sentida semblanza de este buen Amigo y Maestro, el Ing. Miguel Arturo Chacón, quien tanto dio a este Táchira y a su UNET. Dios le pague.
ResponderEliminarLeopoldo Aguerrevere: Muy buena la semblanza que haces de tu profesor y los consejos que da para los caminos de la Vida
ResponderEliminarGracias infinitas, Don Leopoldo A.
EliminarCon el paso de los años, aquella sabia práctica de evaluación que el profesor Miguel A Chacón sembró en mí floreció también en mis clases de postgrado. Aprendí —y enseñé— que el verdadero saber no se mide en memorias almacenadas, sino en la capacidad de aplicar lo aprendido con sentido y propósito.
Hoy, el tiempo ha confirmado la visión del Profesor Miguel Arturo Chacón: en esta era de torrentes informativos, somos apenas humildes navegantes, gestores de un océano de datos que exige criterio, ética y discernimiento.
Reciba usted un fuerte abrazo.