Un domingo en el río Quinimari, en el municipio Córdoba del estado Táchira, en el balneario "El Tambo", siempre era una aventura inolvidable para nuestra familia. Este balneario, uno de los destinos turísticos más populares de San Cristóbal en la década de los 70, ofrecía un panorama natural impresionante. Los árboles centenarios se alzaban majestuosos en medio de la abundante vegetación, creando una vista inolvidable junto a los pozos de agua cristalina que se formaban en el río Quinimari.
Nos subíamos al carro y salíamos de San Cristóbal por la vía de los llanos. A la altura de la cuesta del Trapiche, tomábamos la ruta hacia El Corozo, y de allí, nos dirigíamos hacia la población de Santa Ana, cercana a la histórica hacienda La Petrolera.
La fragancia de la tierra húmeda, mezclada con el aroma del aire limpio y puro, nos indicaba de inmediato que habíamos llegado.
Ese día, mis padres, mis dos hermanos y yo llegamos temprano para asegurarnos un buen lugar a la orilla del río. La mayoría de los visitantes eran locales o venían de otras localidades de San Cristóbal y pueblos aledaños. El ambiente siempre era animado, con risas y conversaciones que se mezclaban con el sonido del agua cristalina del río corriendo corriente abajo.
Uno de los recuerdos más vívidos era el restaurante o fuente de soda al otro lado del río. Para llegar allí, teníamos que cruzar un puente colgante hecho de fuertes lazos y madera. La emoción de cruzar ese puente solo era superada por la recompensa de los deliciosos churros y pasteles que nos esperaban.
Pero lo mejor llegaba alrededor de las tres de la tarde, cuando mi madre nos servía su famoso sancocho de leña. El aroma del sancocho, preparado con tanto esmero y cariño, se mezclaba con el olor de los churros y pasteles de los vendedores y comerciantes, creando una sinfonía de olores que aún vive en mi memoria.
Mientras disfrutábamos de la comida, observábamos a los jóvenes audaces escalar la montaña cercana. Desde allí, se lanzaban de un trampolín improvisado, zambulléndose en el río con gritos de alegría. Estos momentos de diversión y camaradería, rodeados de la belleza natural del río Quinimari en El Tambo, hicieron de esos domingos una parte inolvidable de nuestra infancia.
Solo con la historia relatada de un pueblo, se obtiene la fama de sus pobladores.
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